Lo positivo del conflicto, si se encauza

Sanamente cultivado y bien dirigido, el conflicto dispara el cambio y la innovación, pues es el debate lo que permite que afloren nuevas ideas.

  • Por alguna extraña razón hemos sido educados para evitar o minimizar a toda costa el conflicto. Tendemos a creer que buscar consensos, incluso cediendo y sacrificando nuestras propias ideas, es la manera más efectiva de alcanzar objetivos en común.
  • Bajo esa óptica se nos vende la idea del trabajo en equipo. Una visión en la que todos remamos hacia la misma dirección en perfecta sincronía y gracias a la cual podemos diferenciar a los que “suman” de aquellos que, por cuestionar el statu quo, son vistos como conflictivos. Por supuesto, premiamos a los unos y descartamos a los otros.
  • Lamentablemente, esa es una visión maniquea de la realidad.
  • Si partimos de la idea de que es la diversidad de enfoques y la libertas de expresarlos y debatirlos abiertamente es la que enriquece a un equipo, evadir el conflicto es un contrasentido.
  • No postulamos, vale acotar, la idea de fomentar el conflicto como una forma de rebeldía, desafiante u opositora, sino como un catalizador que, sanamente cultivado y bien dirigido, puede disparar e cambio y la innovación.
  • Son los desacuerdos, los debates, los cuestionamientos permanentes los que permiten que afloren nuevas ideas y, por supuesto, fomentan el cambio dentro de una organización.
  • El conflicto debe entenderse, entonces, como el fuego que calienta la paellera. Si no lo encendemos, no conseguiremos que los ingredientes exuden sus sabores particulares y, al mezclarse, formen uno totalmente nuevo y diferente.
  • Por supuesto, como una buena paella no se cocina en un microondas, este proceso requiere de un chef – un líder- que sea paciente y tenga la capacidad de regular el calor. Es decir, de propiciar estos desencuentros de una manera inteligente, encauzarlos y bajar o incluso subir la temperatura cuando sea necesario, para sacar lo mejor de cada uno de los involucrados.
  • ¿Quién diría que un fósforo no solo sirve para incendiar la pradera, sino que podría hacerla mucho más verde?